sábado, 5 de noviembre de 2011

'El favorito' de Valentín Pikul


Pushkin predijo: “El nombre de Potiomkin será grabado en los anales de Historia”, y luego Herzen escribía  que “no se podía leer la historia de Catalina la Grande en presencia de las damas”. Entre los amantes de la zarina, aparte de los buscadores de fama y fortuna, también había personas inteligentes y patriotas convencidos, que se entrometían en la política y gobernaban no solamente en el corazón real, sino en todo el imperio. 
 
 

El nacimiento
En los huertos y jardines de Moscú terminaban de florecer los frutales, hacía bochorno.
Las abejas se metían por las ventanas, zumbando con pesadez, vaticinando la lluvia.
En el patio vecino de los príncipes Jovánskiy unas lavanderas se peleaban, azotaban una a otra con las prendas mojadas.
Y un dragón de papel volaba en el cielo, lanzado por unos niños traviesos.
–Ah –dijo el inválido–. Me la acabo de beber…
Está claro que si llegas a los setenta y todavía sigues en rango de mayor segundo, será que la cruel fortuna ha decidido que tú, guaperas, ya nunca te harás general.  A sabiendas de esta evidencia el mayor se encontraba muy triste y se permitía algún que otro trago de vodka, acompañado por carasios[1] guisados.
Entonces venía el año 1732.
Desde antaño las tropas se decoraban con los inválidos. Y cuando ya eran demasiados, los enviaban a casa, para que descansaran ahí, entre cuatro paredes, y no incordiasen con sus llagas. Así que el mayor fue invitado al consejo militar, para hacerse un chequeo médico. Y si no servía como héroe en  batallas, sería despedido sin pensión. Para quitarse la resaca, se tomó la sopa pasada y se presentó como es debido ante la comisión.
Tras la mesa del consejo aparecían unos hombres de cargos importantes y de aspecto feroz.
–Preséntate –exigieron–, di quién eres y cuéntanos tus sufrimientos. Pero sin chacharear, informa brevemente, dado que es la hora de almuerzo, y estamos aquí desde la mañana sin beber ni comer, pues hay que atender a cada tullido...
El mayor reportó a la comisión con rigor:
–Me llaman Leksánder[2] Potiomkin, hijo de Vasíliy; soy noble de linaje antiguo, con propiedades en las provincias de Penza y Smolensk; con  medio centenar de siervos; casado –sí– pero por la antigüedad de servicio no recuerdo a la esposa, y Dios no quiso que tuviéramos hijos.
Luego, quitándose la ropa, el mayor hacía alarde de su invalidez: fue herido por una flecha tártara en Azov, fue golpeado en la cabeza por la culata sueca en Narva, bajo Riga la pólvora le dejó notables quemaduras, le dieron con un sable bajo Poltava, y en la desgraciada marcha del Prut su mano fue fracturada por una rueda del mortero, por lo pronto le costaba doblar los dedos. Pero en este instante distinguió en la comisión a un soldado que antes había sido su subordinado. Ahora este granuja, de procedencia plebeya, convertido en mayor, estaba tan contento tras la mesa del consejo, con sable y cinturón.
–¿Pero tú, piojo, como es que estás sentado entre los nobles?
A lo cual le contestaron que no hiciera ruido, de lo contrario lo llevarían a la calle y harían una anotación en el protocolo. El mayor Potiomkin se apresuró en subirse el pantalón, se abrochó el uniforme y exclamó:
–¡Ojalá os trague la tierra, junto con vuestra pensión! Mejor me pudro en la infantería, pero no soportaré que humillen el honor de la nobleza…
Dentro de dos años después de este incidente, por respeto a la invalidez, por fin le libraron del servicio.
–Vete a casa –mandaron los jefes– y estate ahí quietecito. Vivimos en los tiempos en los que no se rumorea en las esquinas…
Era la época del reinado de Anna Ihoánovna, ¡la Ensangrentada!
Aleksander Vasílievich partió de Moscú, pero desvió a los caballos, en vez de a Smolensk, donde vivía la esposa, a la provincia de Penza, a su hacienda en Manshino, que se hallaba en el camino de Kíev. Ahí fue donde le tentaría el demonio.
Es cierto lo que dicen: después de viejo, gaitero.

   
* * *
Potiomkin definitivamente no recordaba a su mujer Tatiana. De la mesa de bodas le reclamaron a la infantería del Pedro I, venía de una batalla a otra marcha, a ver si quedaba vivo. Quizá por eso no quisiera volver siendo viejo a su hogar en la provincia de Smolensk, para no encontrar ahí  a su esposa, también vieja.
Pero residiendo en sus propiedades rurales, reparó en una viuda joven que vivía en el pueblo de los vecinos Skurátov. Daria Vasílievna provenía de la familia Kondyriov  y era treinta años más joven que el mayor. De repente el inválido frecuentaba este pueblecito. Viene y como es debido se inclina ante los nobles, y se dirige a Daria Vasílievna:
–¿No te caigo bien, hermosa?
A lo que la viuda contestaba con sinceridad:
–Usted, señor, no ha hecho nada malo, ¿por qué iba a caerme mal?
Entonces Potiomkin se propuso conquistarla.
–Los hombres, sin duda, se han vuelto muy juguetones – resistía Daria Skurátova–, yo, siendo viuda, debería tener cuidado.
–Pero si yo… también soy viudo –mintió Potiomkin. Se hizo atento con los Skurátov, se quejaba de la soledad: no tengo donde reclinar la cabeza, decía–. Ojalá Daria Vasílievna embellezca mi vida –insinuaba el mayor–, ¡viviría como reina!
Los Skurátov no tardaron en convencer a la nuera:
–No llores, tonta: pasarás del rango de alféreces a mayores, y si no, te echamos a la calle.
Potiomkin mintió al cura ante el santo atril diciendo que era viudo desde hacía mucho tiempo. Daria Vasílievna se quedó preñada muy pronto, pero en el sexto mes se enteró por casualidad de que su marido tenía otra esposa en la provincia de Smolensk.
El viejo se arrodilló ante los iconos, reconoció la culpa.
–Es así –dijo–. Pero no recuerdo a mi primera mujer. Sólo te quiero a ti… Perdóname y no me repudies a mí, viejo y tullido. No he vivido, tan solo batallaba y bebía…
Recogieron los cachivaches y se encaminaron con un carro a Dujovchina. Van y lloran, se compadecen. Los tiempos eran duros, la inquisición eclesiástica castigaba la bigamia con severidad.
   Arribaron a Chizhovo, ahí las salgueras viejas inclinaron sus ramas sobre las edificaciones decrépitas, gallinas y pollos escapaban cacareando de las ruedas del carro. Ahí estaba la casa de la familia Potiomkin, muy parecida a las de campesinos, pero más amplia…
Una mujer salió al soportal. Los dos se arrodillaron ante ella pidiendo perdón.  Tatiana Potiómkina le dijo a su marido:
–Yo te esperé, Sáshenka, hasta me salieron las canas. A veces, muerdo el pan y lloro, a ver si luchas hambriento en una batalla. No paraba de mirar al camino, ¿y si apareces? Y veo que han sido contestadas mis plegarias: he aquí mi palomo, pero no vino solo, sino con una joven paloma… ¡Mira cómo le apunta la barriga! Si está a punto de poner un huevo…
Potiomkin escrutaba con la mirada a su primera esposa.
Entre ellos permanecía en el barro la segunda, que sería según los cánones eclesiásticos siempre ilegítima, mientras vivía la primera.
La legítima le preguntó a la ilegítima:
–Y ahora, ¿qué hago para que seáis felices? ¿Me quito la vida, de una vez?
–Vete… no te interpongas –sugirió Potiomkin, sombrío–. Hazte tonsura. Acepta la sjima[3]. Entonces seremos libres... Y ya está.
La vieja, llorando, se puso un pañuelo negro en la cabeza, preparó una bolsa con pan y sal, cogió el báculo y se dirigió arrastrando los pies hacia el bosque. Se volvió para despedirse y sentenció en un presagio siniestro:
–Vivid sin mí. Que sea Dios quien os juzgue.
Los Potiomkin doblaron con fervor la espalda y no se irguieron hasta que la desgraciada desapareció en el camino forestal que la llevaría al monasterio, para la clausura eterna.
Después Daria Vasílievna decía a su esposo:
–Dios nos castigará, no seremos felices.
–No augures infortunios –contestaba Potiomkin, tomando un licor de miel bajo un manzano–. ¿Para qué servía ella, con sus greñas canosas y sin dientes? Sólo tenía un destino, que es la tiara. Pero tú y yo aún viviremos. Después del primero hijo, nos pondremos con el segundo.
–Usted me da miedo, mi señor inevitable. ¿Cómo puede ser tan severo con las personas inocentes?
Y fue castigada con una fusta por esas palabras.
–No contraríes a tu marido –se enojaba Potiomkin–. Y bésame la mano, porque yo, mayor, te afortuné con el matrimonio. Y es que todavía no sé cómo te habías comportado siendo viuda… ¡Ya lo investigaré!


[1] peces que habitan en lagos ricos en vegetación y ríos de aguas lentas.
[2] Leksander proviene de Aleksander. Otras versiones del mismo nombre serían Saniok, Sasha, Sáshenka.
[3] Hazte monja (Los votos de la sjima son más severos y al monje se le cambia el nombre y los hábitos).