sábado, 5 de noviembre de 2011

'El favorito' de Valentín Pikul


Pushkin predijo: “El nombre de Potiomkin será grabado en los anales de Historia”, y luego Herzen escribía  que “no se podía leer la historia de Catalina la Grande en presencia de las damas”. Entre los amantes de la zarina, aparte de los buscadores de fama y fortuna, también había personas inteligentes y patriotas convencidos, que se entrometían en la política y gobernaban no solamente en el corazón real, sino en todo el imperio. 
 
 

El nacimiento
En los huertos y jardines de Moscú terminaban de florecer los frutales, hacía bochorno.
Las abejas se metían por las ventanas, zumbando con pesadez, vaticinando la lluvia.
En el patio vecino de los príncipes Jovánskiy unas lavanderas se peleaban, azotaban una a otra con las prendas mojadas.
Y un dragón de papel volaba en el cielo, lanzado por unos niños traviesos.
–Ah –dijo el inválido–. Me la acabo de beber…
Está claro que si llegas a los setenta y todavía sigues en rango de mayor segundo, será que la cruel fortuna ha decidido que tú, guaperas, ya nunca te harás general.  A sabiendas de esta evidencia el mayor se encontraba muy triste y se permitía algún que otro trago de vodka, acompañado por carasios[1] guisados.
Entonces venía el año 1732.
Desde antaño las tropas se decoraban con los inválidos. Y cuando ya eran demasiados, los enviaban a casa, para que descansaran ahí, entre cuatro paredes, y no incordiasen con sus llagas. Así que el mayor fue invitado al consejo militar, para hacerse un chequeo médico. Y si no servía como héroe en  batallas, sería despedido sin pensión. Para quitarse la resaca, se tomó la sopa pasada y se presentó como es debido ante la comisión.
Tras la mesa del consejo aparecían unos hombres de cargos importantes y de aspecto feroz.
–Preséntate –exigieron–, di quién eres y cuéntanos tus sufrimientos. Pero sin chacharear, informa brevemente, dado que es la hora de almuerzo, y estamos aquí desde la mañana sin beber ni comer, pues hay que atender a cada tullido...
El mayor reportó a la comisión con rigor:
–Me llaman Leksánder[2] Potiomkin, hijo de Vasíliy; soy noble de linaje antiguo, con propiedades en las provincias de Penza y Smolensk; con  medio centenar de siervos; casado –sí– pero por la antigüedad de servicio no recuerdo a la esposa, y Dios no quiso que tuviéramos hijos.
Luego, quitándose la ropa, el mayor hacía alarde de su invalidez: fue herido por una flecha tártara en Azov, fue golpeado en la cabeza por la culata sueca en Narva, bajo Riga la pólvora le dejó notables quemaduras, le dieron con un sable bajo Poltava, y en la desgraciada marcha del Prut su mano fue fracturada por una rueda del mortero, por lo pronto le costaba doblar los dedos. Pero en este instante distinguió en la comisión a un soldado que antes había sido su subordinado. Ahora este granuja, de procedencia plebeya, convertido en mayor, estaba tan contento tras la mesa del consejo, con sable y cinturón.
–¿Pero tú, piojo, como es que estás sentado entre los nobles?
A lo cual le contestaron que no hiciera ruido, de lo contrario lo llevarían a la calle y harían una anotación en el protocolo. El mayor Potiomkin se apresuró en subirse el pantalón, se abrochó el uniforme y exclamó:
–¡Ojalá os trague la tierra, junto con vuestra pensión! Mejor me pudro en la infantería, pero no soportaré que humillen el honor de la nobleza…
Dentro de dos años después de este incidente, por respeto a la invalidez, por fin le libraron del servicio.
–Vete a casa –mandaron los jefes– y estate ahí quietecito. Vivimos en los tiempos en los que no se rumorea en las esquinas…
Era la época del reinado de Anna Ihoánovna, ¡la Ensangrentada!
Aleksander Vasílievich partió de Moscú, pero desvió a los caballos, en vez de a Smolensk, donde vivía la esposa, a la provincia de Penza, a su hacienda en Manshino, que se hallaba en el camino de Kíev. Ahí fue donde le tentaría el demonio.
Es cierto lo que dicen: después de viejo, gaitero.

   
* * *
Potiomkin definitivamente no recordaba a su mujer Tatiana. De la mesa de bodas le reclamaron a la infantería del Pedro I, venía de una batalla a otra marcha, a ver si quedaba vivo. Quizá por eso no quisiera volver siendo viejo a su hogar en la provincia de Smolensk, para no encontrar ahí  a su esposa, también vieja.
Pero residiendo en sus propiedades rurales, reparó en una viuda joven que vivía en el pueblo de los vecinos Skurátov. Daria Vasílievna provenía de la familia Kondyriov  y era treinta años más joven que el mayor. De repente el inválido frecuentaba este pueblecito. Viene y como es debido se inclina ante los nobles, y se dirige a Daria Vasílievna:
–¿No te caigo bien, hermosa?
A lo que la viuda contestaba con sinceridad:
–Usted, señor, no ha hecho nada malo, ¿por qué iba a caerme mal?
Entonces Potiomkin se propuso conquistarla.
–Los hombres, sin duda, se han vuelto muy juguetones – resistía Daria Skurátova–, yo, siendo viuda, debería tener cuidado.
–Pero si yo… también soy viudo –mintió Potiomkin. Se hizo atento con los Skurátov, se quejaba de la soledad: no tengo donde reclinar la cabeza, decía–. Ojalá Daria Vasílievna embellezca mi vida –insinuaba el mayor–, ¡viviría como reina!
Los Skurátov no tardaron en convencer a la nuera:
–No llores, tonta: pasarás del rango de alféreces a mayores, y si no, te echamos a la calle.
Potiomkin mintió al cura ante el santo atril diciendo que era viudo desde hacía mucho tiempo. Daria Vasílievna se quedó preñada muy pronto, pero en el sexto mes se enteró por casualidad de que su marido tenía otra esposa en la provincia de Smolensk.
El viejo se arrodilló ante los iconos, reconoció la culpa.
–Es así –dijo–. Pero no recuerdo a mi primera mujer. Sólo te quiero a ti… Perdóname y no me repudies a mí, viejo y tullido. No he vivido, tan solo batallaba y bebía…
Recogieron los cachivaches y se encaminaron con un carro a Dujovchina. Van y lloran, se compadecen. Los tiempos eran duros, la inquisición eclesiástica castigaba la bigamia con severidad.
   Arribaron a Chizhovo, ahí las salgueras viejas inclinaron sus ramas sobre las edificaciones decrépitas, gallinas y pollos escapaban cacareando de las ruedas del carro. Ahí estaba la casa de la familia Potiomkin, muy parecida a las de campesinos, pero más amplia…
Una mujer salió al soportal. Los dos se arrodillaron ante ella pidiendo perdón.  Tatiana Potiómkina le dijo a su marido:
–Yo te esperé, Sáshenka, hasta me salieron las canas. A veces, muerdo el pan y lloro, a ver si luchas hambriento en una batalla. No paraba de mirar al camino, ¿y si apareces? Y veo que han sido contestadas mis plegarias: he aquí mi palomo, pero no vino solo, sino con una joven paloma… ¡Mira cómo le apunta la barriga! Si está a punto de poner un huevo…
Potiomkin escrutaba con la mirada a su primera esposa.
Entre ellos permanecía en el barro la segunda, que sería según los cánones eclesiásticos siempre ilegítima, mientras vivía la primera.
La legítima le preguntó a la ilegítima:
–Y ahora, ¿qué hago para que seáis felices? ¿Me quito la vida, de una vez?
–Vete… no te interpongas –sugirió Potiomkin, sombrío–. Hazte tonsura. Acepta la sjima[3]. Entonces seremos libres... Y ya está.
La vieja, llorando, se puso un pañuelo negro en la cabeza, preparó una bolsa con pan y sal, cogió el báculo y se dirigió arrastrando los pies hacia el bosque. Se volvió para despedirse y sentenció en un presagio siniestro:
–Vivid sin mí. Que sea Dios quien os juzgue.
Los Potiomkin doblaron con fervor la espalda y no se irguieron hasta que la desgraciada desapareció en el camino forestal que la llevaría al monasterio, para la clausura eterna.
Después Daria Vasílievna decía a su esposo:
–Dios nos castigará, no seremos felices.
–No augures infortunios –contestaba Potiomkin, tomando un licor de miel bajo un manzano–. ¿Para qué servía ella, con sus greñas canosas y sin dientes? Sólo tenía un destino, que es la tiara. Pero tú y yo aún viviremos. Después del primero hijo, nos pondremos con el segundo.
–Usted me da miedo, mi señor inevitable. ¿Cómo puede ser tan severo con las personas inocentes?
Y fue castigada con una fusta por esas palabras.
–No contraríes a tu marido –se enojaba Potiomkin–. Y bésame la mano, porque yo, mayor, te afortuné con el matrimonio. Y es que todavía no sé cómo te habías comportado siendo viuda… ¡Ya lo investigaré!


[1] peces que habitan en lagos ricos en vegetación y ríos de aguas lentas.
[2] Leksander proviene de Aleksander. Otras versiones del mismo nombre serían Saniok, Sasha, Sáshenka.
[3] Hazte monja (Los votos de la sjima son más severos y al monje se le cambia el nombre y los hábitos).

viernes, 7 de octubre de 2011

Fragmento de la novela 'Una merienda junto al camino' de Arkádiy y Borís Strugátskiy

Normalmente la literatura y el cine nos presentan a los extraterrestres muy interesados en la Tierra, sus habitantes, sus genes o sus recursos naturales. Pero los hermanos Strugátskiy nos ofrecen otra visión: para los extraterrestres no somos más que hormigas para una familia que ha parado un momento a comer un bocadillo en la pradera del bosque.
De una manera muy natural los autores mezclan varios estilos y géneros, llegando a hablar de zombies y héroes, de hallazgos y pérdidas, de amor y locura.
El libro dio origen a la película de ciencia ficción Stalker (conocida en algunos países de habla hispana como La zona), que salió en 1979 dirigida por el famoso director ruso Andréi Tarkovski. También existe un videojuego homónimo basado en el mismo libro, STALKER: Shadow of Chernobyl.



 Traducido por María Rémpel





Tienes que sacar lo bueno de lo malo, porque no hay más dónde conseguirlo.
R.P. Warren
                                                               

De la entrevista realizada por el corresponsal especial de la radio Harmont al doctor Valentín Pilman con el motivo de la celebración de su premio Nobel de Física en 19…:

–¿Probablemente su primer gran descubrimiento, doctor Pilman, es así llamado radiante de Pilman?
–Creo que no. El radiante de Pilman no es el primer descubrimiento, tampoco tan importante, ni siquiera es descubrimiento. Y no del todo mío.
–Estará bromeando, doctor. Cualquier alumno de bachillerato conoce el término del radiante de Pilman.
–No me sorprende. El radiante de Pilman, en realidad, fue descubierto por un alumno de colegio. Desgraciadamente no recuerdo su nombre. Consulte en La historia de Visita de Stetson, lo cuenta todo en detalle. Así que el radiante lo descubrió un menor de edad, las coordenadas fueron publicadas por un estudiante, pero por alguna razón le dieron mi nombre.
–Ya, con los descubrimientos a veces pasan cosas raras. ¿Podría explicar a nuestros oyentes, doctor Pilman…?
–Escúcheme, compatriota. El radiante de Pilman no es un concepto bien claro. Imagínese que hago girar el globo y le doy varios disparos de un revólver. Los agujeros en el globo aparecerán siguiendo el trazo de una ligera curva. El concepto de aquello que Usted llama mi gran descubrimiento es un hecho muy simple: las seis Zonas de Visita se encuentran en la superficie de nuestro planeta como si alguien le hubiese disparado de una pistola, ubicada en la línea Tierra-Deneb. Deneb es el alfa de la constelación del Cisne. El punto del espacio del que, como si dijésemos, disparaban se llama el radiante de Pilman.
–Gracias, doctor. Queridos harmontenses, ¡por fin nos han explicado bien qué es el radiante de Pilman! Por cierto, ayer se cumplieron justamente trece años desde el día de la Visita. Doctor Pilman, ¿podría dedicar algunas palabras a sus compatriotas en esta relación?
–¿Qué es lo que podría decir? Tengan en cuenta que yo en aquella época no estuve en Harmont…
–Incluso es más interesante saber en qué pensó cuando su ciudad natal resultó ser objetivo de la visita de una supercivilización extraterrestre…
–A decir verdad, pensé que era un timo. Era difícil de imaginar que en nuestro pequeño y viejo Harmont puede ocurrir algo así. Entendería si fuese Gobi, Newfoundland, ¡pero Harmont…!
–Sin embargo, al final tuvo que dar crédito.
–Al final, sí.
–¿Y qué pasó entonces?
–De repente se me ocurrió que Harmont y otras cinco Zonas de Visita… perdón, en aquel momento sólo había cuatro… que todas ellas encajan en una curva muy suave. Calculé las coordenadas y las envié a Nature.
–¿Y no le preocupó el futuro de su ciudad?
–Verá, ya creía en la Visita, pero todavía no me convencían los avisos sensacionalistas sobre los incendios urbanos, monstruos que devoraban selectivamente a niños y viejos, sobre las batallas sangrientas entre los extraterrestres invulnerables y los equipos de tanques reales, altamente vulnerables, pero muy honrados.
–Tenía razón. Recuerdo que los periodistas confundimos cosas en aquel entonces. Pero volvamos a la ciencia. El descubrimiento del radiante de Pilman no es el primero, ¿pero probablemente no será el último de sus aportes al conocimiento sobre las  Visitas?
–El primero y el último.
–Pero sin duda suele prestar atención a los estudios internacionales en las Zonas de Visita…
–Sí, de vez en cuando les doy una ojeada a los Informes.
–¿Se refiere a los Informes del Instituto Internacional de las Culturas Extraterrestres?
–Sí.
–Y en los últimos trece años, en su opinión, ¿cuál es el descubrimiento más importante?
–El propio hecho de la Visita.
–¿Disculpe?
–El mismo hecho de la Visita es el descubrimiento más importante no solamente de los últimos trece años, sino de toda la existencia de la humanidad. No importa qué clase de extraterrestres fuesen aquellos, ni de dónde hubiesen llegado, ni para qué hubiesen venido, ni por qué pasarían tan poco tiempo ni a dónde se marcharían después. Lo importante es que ahora los humanos sabemos con certeza que no estamos solos en el Universo. Me temo que el Instituto de las Culturas Extraterrestres ya no podrá conseguir un descubrimiento más fundamental.
–Es curioso, doctor Pilman, pero me refería más bien a los descubrimientos del carácter tecnológico. Aquellos descubrimientos, que podría aprovechar nuestra ciencia y tecnología terrestre. Pues varios científicos respetados consideran que los objetos encontrados en las Zonas de Visita son capaces de cambiar el rumbo de nuestra historia.
–Bueno, yo personalmente no soy partidario de este punto de vista. Y en lo que se refiere a los objetos rescatados, no soy especialista.
–Sin embargo, ya desde hace dos años ejerce de consultor en la Comisión de Visitas de la ONU.
–Sí, pero no tengo nada que ver con el estudio de las culturas extraterrestres. En la comisión mis colegas y yo representamos la comunidad científica internacional cuando surge la necesidad de control del cumplimiento de la resolución de la ONU respecto a la internalización de las Zonas de Visita. En pocas palabras, vigilamos que solamente el Instituto Internacional sea quien puede manejar las maravillas encontradas en las Zonas.
–¿Acaso hay alguien más quien pretende conseguirlas?
–Sí.
–Me imagino que se refiere a los stalkers?
–No sé quiénes son esos.
–Aquí en Harmont llamamos así a los tíos valientes que se arriesgan a entrar en la Zona y traen de ahí cualquier cosa que puedan levantar. Es casi una nueva profesión.
–Entiendo. No, no nos responsabilizamos de ellos.
–Está claro, la policía es quien se ocupa de ellos. Pero sería interesante saber cuáles son sus funciones, doctor Pilman…
–Tenemos que tratar con el flujo ilegal de los materiales de la Zona de Visita a las manos de personas irresponsables y algunas organizaciones. Nosotros nos ocupamos de los resultados de este flujo.
–¿Podría concretar un poco más, doctor?
–Mejor hablemos del arte. ¿Es posible que a los oyentes les interese mi opinión de la hermosa Gvady Muller?
–Por supuesto, pero antes querría terminar con la ciencia. ¿Usted como científico no siente tentación por ocuparse de los hallazgos extraterrestres?
–Bueno, ¿qué podría decir?... Pues sí.
–¿Entonces los habitantes de Harmont podemos esperar que algún día veremos a nuestro compatriota paseando por las calles de la ciudad?
–Es posible.


1. Redrick Schuhart, 23 años, soltero, auxiliar de laboratorio de la sucursal del Instituto Internacional de las Culturas Extraterrestres en Harmont.

El otro día al atardecer estábamos en el almacén, sólo quedaba cambiar el uniforme y marchar al Borzch para tomar alguna gota de las fuertes. Yo estoy de pie, apoyado contra la pared, ya he plegado y tengo un cigarrillo preparado, me muero por fumar, ya van dos horas que no lo hago, pero éste sigue con lo suyo: carga con una caja fuerte, la cierra, la sella, ahora con la otra, levanta las vacías de la cinta transportadora, examina cada una por todos lados (y es que pesa, cabrona, seis kilos y medio, por cierto) y gimiendo la coloca al estante, con mucho cuidado.
Se dedica a las vacías desde hace muchísimo tiempo, y todo sin ningún beneficio para la humanidad. En su lugar, ya lo habría dejado y me pondría a trabajar en otra cosa por el mismo sueldo. Aunque, por otro lado, si te lo piensas, las vacías son una cosa misteriosa y algo irracional. Cuántas de ellas ya he levantado, pero aún así cada vez que la veo, alucino. Nada más tiene dos discos del tamaño de un plato pequeño, de unos cinco milímetros de anchura, la distancia entre ellos es de unos cuatrocientos milímetros, pero, aparte del vacío, entre ellos no hay nada. Es decir, absolutamente nada. Puedes meter ahí la mano, incluso la cabeza, si estás completamente deslumbrado, pero sólo encuentras el vacío, el aire. Sin embargo, hay algo entre ellos, una fuerza, como yo lo entiendo, porque nadie ha conseguido acercar los discos ni separarlos.
No, amigos, esta cosa es difícil de describir si alguien no la ha visto, es demasiado simple a primera vista, hasta que no la veas con tus propios ojos y te das cuenta. Es como intentar describir un vaso o, Dios perdóname, una copa: sólo mueves los dedos y maldices de la impotencia. Bueno, consideremos que ya lo habéis entendido, y si alguien no lo ha hecho, buscad los Informes del Instituto, ahí en cualquier número hay artículos con fotos de las vacías.
Bueno, pues Kiril pelea con las vacías ya casi un año. Yo trabajo para él desde el principio, pero aún no entiendo qué intenta conseguir y tampoco me interesa tanto saberlo. Que lo entienda el mismo, entonces quizá le escuche. De momento una cosa está clara, necesita deshacer una vacía, cueste lo que cueste, diluirla con ácidos, aplastarla con una prensa, fundirla en un horno. Entonces lo comprenderá todo, tendrá honores y gloria, y toda la ciencia temblará del placer. Pero aún está lejos de aquel día. De momento no ha conseguido nada, se ha desgastado, se hizo gris, callado, ahora tiene los ojos de perro, incluso lagrimean. Si fuese otra persona, lo emborracharía como un cosaco, lo llevaría a una mujercita, para que le de movimiento, al día siguiente le volvería a emborrachar y llevar a una mujercita, y así dentro de una semana sería como nuevo, vivo y alegre como una ardilla. Pero este remedio no le sirve a Kiril, ni se lo ofreceré, es de otra especie.
Pues bien, estamos en el almacén, le estoy mirando y veo que el tío ha perdido el aspecto, tiene los ojos hundidos, y me da pena. Entonces me decidí. Es decir, como si no fuera yo, sino que alguien me hiciera abrir la boca.
–Escucha –digo–, Kiril…
Él está aguantando la última vacía con tal pinta, como si estuviera dispuesto a meterse entero ahí dentro.
–Escucha –digo–, Kiril. Y si tuvieras una vacía llena, ¿eh?
–¿Una vacía llena? –repite y mueve las cejas como si le hablase en chino.
–Pues sí –digo–. Esa misma trampa hidromagnética, como se llama… objeto 77B, pero con una cosa azul por el medio.
Veo que empieza a captar. Levanta la mirada, entrecierra los ojos, y tras una lágrima canina aparece un destello de raciocinio, como el mismo se expresaría.
–Espera –dice–, una cosa igual, ¿pero rellena?
–Eso es.
–¿Dónde?
Mi Kiril ya está curado. Como una ardilla.
Vamos a fumar –digo.

domingo, 2 de octubre de 2011

Fragmento de la novela 'Pedro el Grande' de Alexey Tolstoy

Alexei Tolstoy tardó dieciséis años en escribir Pedro el Grande, una novela sobre el zar que, según las encuestas actuales, se considera el más destacable de toda la historia rusa. Él fue quien “abrió la ventana a Europa” en el siglo XVIII, dio origen a la flota marina del imperio ruso y fundó la ciudad de San Petersburgo. La novela está escrita en las tradiciones de los clásicos como Lev Tolstoy, Alexander Pushkin y Mijaíl Lomonósov.



Traducido por María Rémpel



CAPÍTULO UNO
1
Sañka[1] se deslizó del horno[2] y empujó con el trasero la puerta hinchada. Tras ella bajaron apresuradamente Yaska, Gavrilka y Artamoska[3] –todos tenían sed–, ­se metieron en el oscuro zaguán[4] de techos bajos siguiendo la nube de vaho y humo que salía desde la agriada isbá[5]. Una luz tenue y azulada penetraba en la ventanilla a través de la nieve. Hacía frío. Se había congelado la tina con el agua, también el cucharon de madera.
Los críos saltaban de un pie a otro –todos estaban descalzos–, Sañka con un pañuelo en la cabeza, Gavrilka y Artamoska sólo con las camisas hasta el ombligo.
–¡Puerta, revoltosos! –chilló la madre desde la isbá.
Estaba frente al horno. En la vara se encendieron las astillas. La cara arrugada suya se iluminó con el fuego. Terriblemente, como en un icono, brillaron los ojos llorosos semiocultos por un pañuelo roto. Sañka se asustó, dio un portazo con toda la fuerza. Después llenó el cucharon del agua aromática, se la bebió, mordió un trocito de hielo y dejó beber a sus hermanitos. Susurró:
–¿Tenéis frío? Si no, corramos al patio a mirar: el padre estará aparejando al caballo...
El padre preparaba el trineo en el patio. Silenciosamente caían los copos blancos, el cielo estaba cargado de nieve, en lo alto de la empalizada se erizaban las chovas,  incluso aquí no hacía tanto frío como en el zaguán. El padre, Iván Artémyevich –como lo llamaba la madre, aunque la gente le decía Ivaska, de apodo Brovkin–[6],  llevaba un alto gorro cónico encasquetado hasta las severas cejas. Tenía la barba roja sin peinar desde la misma fiesta del Manto de la Virgen… Las manoplas se le asomaban del caftán[7] de sayal, anudado muy bajo con el líber,  sus lapots[8] crujían con estrépito en la nieve ensuciada de estiércol; no le salía bien al padre con los arreos… Estaban podridos, tenían muchos nudos. Enojado, gritaba al caballito moro, que era igual que el padre: de pies cortos y con la barriga hinchada.
–¡Calma, espíritu maligno!
Los críos habían meado cerca de las escaleras y se apretujaban en el escalón congelado, a pesar del frío penetrante. Artamoska, el más pequeño, apenas articuló:
–No pasa nada, ya nos calentaremos sobre el horno…
Iván Artémyich aparejó al caballo y le dejo beber agua del cubo. El caballo bebía mucho, inflando los costados: «Ya que no me dais de comer, al menos beberé hasta hartarme»… El padre se puso las manoplas, encontró un látigo debajo de la paja en el trineo.
–¡Volved a la isbá, que os voy a dar! –gritó a los críos. Se dejó caer de lado en el trineo y, al coger la velocidad tras la portería, fue a trote pasando por los altos abetos cubiertos de nieve, dirigiéndose a la finca del noble hijo Vólkov.
–Ay, qué frío, ¡atroz! –dijo Sañka.
Los críos se precipitaron a la oscura isbá: subían al horno, castañeaban con los dientes. Debajo del techo negro se elevaban nubes de humo cálido y seco que salía por la ventanita de escape encima de la puerta: la isbá se calentaba a la negra. La madre amasaba la pasta. La casa no era pobre, tenían un caballo, una vaca y cuatro gallinas. De Ivaska Brovkin decían: fuerte. Los carboncitos de las astillas caían en el agua y susurraban antes del apagarse. Sañka con los hermanitos se acomodaron bajo una zamarra de carnero y ahí dentro empezó a contar historias de miedo: sobre aquellos cuyo nombre no se pronuncia y que hacen ruido en el sótano por la noche…
–Hace poco, casi me estallan los ojos, qué miedo pasé… En el umbral había basura, y sobre la basura estaba la escoba… Yo estaba mirando desde el horno –¡qué Dios esté con nosotros!–. Debajo de la escoba veo… a uno, peludo, con el bigote felino…
–Ay, ay, ay –chillaban debajo de la zamarra los pequeños.

2
El camino, apenas trillado, conducía por el bosque. Los pinos seculares tapaban el cielo. Los árboles derribados y la espesura convertían éste en un lugar de difícil acceso. Cosa de dos años esas tierras fueron adscritas a Vasíliy, hijo de Vólkov, noble de privilegio moscovita, por entrar al servicio. Se le entregó cuatrocientas cincuenta desiatinas[9] de tierra, y de campesinos, treinta y siete almas con familias.
Vasíliy puso la finca, pero gastó demasiado y tuvo que avalar la mitad de tierras  al monasterio. Los monjes prestaron dinero con intereses muy altos –20 kopeks de un rublo–. Y es que debía cumplir con el servicio estatal, con un buen caballo, coraza, sable, arcabuz y traer consigo a los soldados, tres hombres, también con caballos, sables y vestimenta… A duras penas levantó esa armadura con el dinero del monasterio. Y él mismo, ¿de qué vivirá?, ¿cómo alimentará la servidumbre?, ¿cómo pagará los intereses a los monjes?
El tesoro del zar no conoce clemencia. Cada año suben las exigencias, más impuestos de comida, de caminos, más tributos y obroks[10]. Así a uno no le queda mucho. Y el que responde es el amo, ¿por qué no consigue obrok de sus campesinos? Pero a un hombre no le quitarás más de una piel. El país se consumió con el zar Alexey Mijáilovich, en guerras, revueltas y motines. Desde que había pisado la tierra el maldito ladrón de Steñka Razin, los campesinos olvidaron al Dios. En cuanto les aprietes un poco, enseñan los dientes, como lobos. Huyen de las desgracias al río Don, desde ahí no los devolverás ni con la orden ni con el sable.
El caballo se arrastraba a trote cochinero, se cubrió de la escarcha. Las ramas de los arboles rozaban el arco de las varas, soltaban la nieve en polvo. Abrazadas a los troncos, las ardillas de colas vaporosas observaban al viajero, este año morían muchas de ellas. Iván Artémyich, tendido en el trineo, estaba pensativo –pensar era lo único que le quedaba a un hombre–.
“Ya está bien… Dame esto, dame otro… Págale a este, págale al otro… Este país es como un pozo sin fondo… ¿Acaso es posible llenarlo? No huimos del trabajo, aguantamos. Pero en Moscú los boyardos ya van en trineos dorados. Dale para su trineo, al diablo hartado. Ya está bien… Tú oblígame, coge lo que necesitas, pero no seas travieso. Pero estos se empeñan en quitarte dos pieles, eso ya es hacer travesuras. Hoy en día los que están al servicio se propagan tanto, que ahí donde escupes hay un escribano, un copista o un zeloválnik[11], sentado y escribiendo. Pero sólo hay un hombre. Oh, mejor me voy al bosque y que me atrape un animal, prefiero la muerte a esas travesuras. Así no nos podréis sacar más provecho”.
Es lo que pensaba Ivaska Brovkin, o quizá no era eso. De pronto apareció del bosque un trineo con un hombre sentado de rodillas y se enfiló en el camino. El Gitano, así se apodaba su dueño, era un hombre de Vólkov, era moreno, con canas. Había sido prófugo durante quince años, andaba de casa en casa. Pero salió la orden: que todos los prófugos sean devueltos a sus nobles, sin importar la antigüedad. Al Gitano lo pillaron cerca de Vorónezh, donde iba de campesino, y lo devolvieron a Vólkov el padre. El Gitano ya estaba a punto de escapar otra vez, pero lo encontraron y ordenaron fustigarle sin piedad y echarle a la celda –en la finca de Vólkov–, y en cuanto recupere la piel, sacarlo y volver a fustigarlo, y dejarlo en la celda, para que sirva de escarmiento. Solo le salvó el hecho de que le enviasen a la dacha de Vasíliy.
–Zdorovo –dijo el Gitano a Iván y se encaramó en su trineo.
–Zdorovo.
–¿Se oye algo?
–Nada bueno, parece…
El Gitano se quitó el guante, pasó la mano por el bigote y la barba, ocultando la picardía:
–Vi un hombre en el bosque, dice que el zar se está muriendo.
Iván Artémyich se irguió en el trineo. Le paralizó el miedo. “Sooo”… Se quitó el gorro, se santiguó:
–¿Ahora a quién le nombrarán el zar?
–A quién –dice– si no al niño, Peter Alexéyevich. Y este apenas ha dejado de mamar.
–¡Ya verás! –Iván se puso el gorro, esparciendo la nieve–. Ya verás… Ahora toca el gobierno de boyardos. Estamos perdidos…
–Quizá perdidos o quizá no tanto. Así es –El Gitano se acercó. Guiñó el ojo–. Decía este hombre que habrá tiempos tumultosos… Quizá aún viviremos, pan comeremos, ¡si somos curtidos! –El Gitano enseñó los dientes podridos y se rió, carraspeó tan alto que se oyó en todo el bosque.
Una ardilla saltó de un árbol a otro, sobre el camino cayó la nieve, reflejándose las agujas heladas en la oblicua luz del día. El sol, grande y rojizo, se colgó en el horizonte del camino, sobre la colina, sobre la empalizada, sobre los tejados empinados y humos de la finca de Vólkov…


[1] Sañka es un diminutivo de Alexandra, nombre femenino. También existe la versión masculina de este nombre: Alexander, cuyo diminutivo sería Sañok.
[2] Una construcción de piedra o ladrillo, que servía tanto para calentar el ambiente, como para preparar la comida.  En la parte superior había espacio para dormir. (N. de la T.)
[3] Yaska es un diminutivo de Yákov; Gavrilka, de Gavrila; Artamoska, de Artamón. Los tres nombres son masculinos.
[4] Un parte de casa, que sirve de entrada a ella y está inmediato a la puerta de la calle, no es apta para dormir, pero sí, para almacenar las cosas. (N. de la T.)
[5] Vivienda rural de madera. (N. de la T.)
[6] El autor hace hincapié en que la madre le llamaba a su marido por nombre patronímico, que es una forma más respetuosa de dirigirse a una persona
[7] El abrigo ruso antiguo. (N. de la T.)
[8] Zapato ruso antiguo que se tejía de líber.
[9] desiatina f (antigua medida rusa de superficie 1,09 ha)
[10] tributo en dinero o en especie que pagaba el campesino al terrateniente
[11] recaudador de tributos